Un par de manos grandes tienen tres posibilidades: tocar piano, tomarte por sorpresa o amasar pan.
El chef F. tiene las manos grandes y rosadas, he notado que los hombres en esta rama de la cocina, tienen manos rosadas y bellas, a diferencia de la cocina caliente donde las manos sufren las inclemencias de las altas temperaturas, el agua, el filo de los cuchillos y el manejo de un sinfín de ingredientes. Algo muy distinto ocurre con el amasado de pan, es uno de los actos más suaves y armoniosos además de sensuales que he presenciando en mi vida.
Esta noche la faena requiere elaborar panecillos de mesa, una vez que los ingredientes se han mezclado y la masa se a trabajado hay que dejarla reposar en un lugar tibio, como un horno, el calor que da el piloto es suficiente para lograr que la masa doble su tamaño. Cuando saqué del horno mi platón con la masa y la coloque en mi mesa de trabajo, el chef F. se sitúo a mi lado derecho, de esa manera seria más fácil para él trabajar pues es zurdo. Sin mirarme de frente me soltó lo siguiente:
–Adoro tú nombre Beatrix-.
Yo que nunca he sido buena en esas situaciones me limite a subir el color de mi rostro.
-Fíjate bien, cada panecillo deberá pesar dos onzas, siempre busca que sean uniformes, unas vez que tengas marcadas las piezas tomaras una y sin poner presión entre tu mano y la mesa harás girar en círculos continuos hacia ti las piezas de pan. Procura que los dedos estén entre abiertos, lo que queremos lograr es que se forme una piel que cubra y proteja el panecillo de manera que cuando lo veas por debajo distingas claramente un ombligo-.
Así va ser esto ya lo entendí, una atmósfera tibia con olor a pan recién horneado, manos que se tocan una y otra vez en aras de un amasado perfecto, el roce inesperado de un codo o de un dedo, convidar un pedazo de gloria aun humeante y llevárselo a la boca mientras se mira uno a los ojos sin parpadear.
El chef F. aun no lo sabe, pero pronto descubrirá que mi nombre significa: “la que trae la alegría”, su cocina no será la misma, y sino ahí esta la Divina Comedia de ejemplo.
Mientras girábamos panecillos sin descanso me confesaste lo mucho que te gusta trabajar el chocolate, te pregunte cual chocolate preferías y resulta que favoreces a los europeos y muy en especial uno francés. Yo me sonreí con la malicia de los chamanes y pensé que un día no muy lejano estarás bebiendo de mi mano un espumoso chocolate mexicano, te daré a probar un trozo del verdadero chocolate, te perfumaras los sentidos con el aroma de la vainilla y la canela. Para eso es que he guardado el rustico molinillo de cuatro aros y grabado indígena que poseo, para hacer subir la espuma de tonos iridiscentes y que cuando lo bebas las minúsculas burbujas del ancestral brebaje te estropeen los sentidos.
Si lo confieso, en esos pensamientos estaba cuando tú voz llegaba de lejos y me dejaba perpleja con la solicitud.
-Déjame ver el ombligo-
Mi mano freno la marcha y se quedo paralizada ante la petición, el ritmo de mi corazón trabajo a marchas forzadas, y la palma de mi mano izquierda se cubrió se sudor, algo debí decirte con los ojos, algo que solo tú y yo entendimos, con suavidad extrema me tomaste de la muñeca con tú mano izquierda y la giraste exponiendo así la perfecta circunferencia ceñida al centro.
-Tú ombligo es perfecto Beatrix-
Tus palabras arrastraban un sentido implícito con el que barnizamos cada panecillo antes de hornearlos, quince minutos mas tarde, mientras te veía partir uno de los panecillos un vaho escapo del corazón de la perfecta esfera, tu índice así como tu pulgar lo llevaron a mi boca y selle la comunión con una sonrisa.
No, no estaba mal para ser la primera vez, tú todo dedos, yo todo ombligo y el horno de testigo.
Beatrix
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