viernes, febrero 11, 2005

Un voyeur

Debí imaginarme o por lo menos intuirlo, tú además de tener unas manos hermosas eres un Voyeur.
Resulto que el trabajo de azúcar era mejor hacerlo entre dos. Después de explicarme que no dejara cristalizar el azúcar en la orilla de la sartén, que utilizara la brocha humedecida una y otra vez para evitar las minúsculas burbujas. Cuando la temperatura alcanzo el grado correcto y el espeso líquido se tiño me dijiste que era el estado correcto. Una vez que coloque el pozo de cobre sobre la mesa de trabajo, me pediste que esperara unos minutos, que este trabajo se realizaría entre dos.
Tú elegiste al chico irlandés que se sienta a mi derecha, debe tener unos veinte años y medir cerca de dos metros, de manos grandes y robustas además de aniñadas.
Te tomo cinco minutos explicarnos como estirar, flexionar y doblar la mezcla, enfatizaste que era el calor de nuestras manos el que evitaría terminar con una enorme roca de azúcar, así que entre los dos acompasados mantendríamos la temperatura correcta.
-¿Cuál es la temperatura correcta?- te pregunte.
-Hasta donde tus manos lo toleren ni un grado mas ni uno menos-
Marmolear azúcar es lo mas parecido a una relación, hay un estire y afloje de ambas partes. El tiraba con firmeza y en varias ocasiones me arrebato de un jalón mi parte de la mezcla, entonces se detenía por unos segundos y me pedía disculpas sonrojado. En otras ocasiones yo sacudía con firmeza y lo tomaba por sorpresa al romper el uniforme ritmo que manteníamos.
Así estuvimos por un tiempo el ámbar había desaparecido y en su lugar un metálico dorado brillaba y parecía sudar, y sino, éramos nosotros frente y antebrazos sudorosos, manos henchidas de trabajar a esa temperatura, el joven irlandés tenia las manos color cereza, yo tenia las manos en esa fina línea que divide lo tolerable de lo que no lo es.
Te descubrí en la esquina junto al horno en el que te gusta hornear el pan, te sorprendiste cuando leí en tus ojos que no te habías movido todo ese tiempo de allí, que seguiste todos nuestros movimientos con un deleite, empalagado por tus pensamientos, intoxicado con las imágenes.
Y secretamente sin decirlo lo entendí y accedí, de ahora en adelante dejaría que me vieras con otros, sin ellos saberlo, tú y yo estábamos en sobreentendido marmolearia azúcar con quien tú eligieras, cuando tú lo creyeras conveniente.
Entonces lo tome con suavidad y revise sus manos, cuando confirme que aun tenía posibilidades de seguir trabajando, le dije:
-Ahora vamos a hacer pétalos de rosas, cuida de no jalar bruscamente, déjate guiar por mi, solo encargate de mantener la temperatura correcta-.
Terminábamos el último pétalo, mis manos temblaban de cansancio, parado junto a mí me rozaste con tu aliento el lóbulo izquierdo.
Esa noche el chico irlandés camino conmigo hasta mi automóvil, me ayudo a colocar mi equipo en el interior de la cajuela, al despedirnos lo bese en las mejillas al estilo europeo y revise por ultima vez sus manos, en la distancia cobijado por la oscuridad tu mirada nos acompaño.


Beatrix

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