viernes, febrero 25, 2005

Un songuito de diez pulgadas

A mi me gustaba tener manos tersas, mis manos acostumbradas a tocarte y acariciarte sin descanso ahora pondrán un toque áspero en tu espalda. Hace tiempo que te vengo diciendo que esto de la cocina es serio, una lucha al estilo gladiador con las ollas y los sartenes es algo real y si no vas preparado sales mal librado de ella. La semana pasada por fin pude manipular al chivato alemán de diez pulgadas y lamina de acero que me conseguí.
Durante cinco horas lo tuve agarrado de la parte mas noble -que en este caso es el mango- y realizamos los cortes mas impecables que ninguno de los dos imaginamos.
Zanahorias, morrones, cebolla española, ajo y perejil revistieron nuevas formas, fueron elevados a un sin fin de figuras caprichosas para mas tarde ser pasados por una sartén previamente calentado con aceite, el movimiento es rápido agitado y zarandeado, las verduras bailan un vaivén por escasos minutos al fuego y después terminan reposando en un plato previamente calentado.
-Inaceptable es y será servir la comida en un plato que no este previamente calentado.-
El chef O repetía sin cesar esa frase, la taladraba sin descanso, separaba las silabas en i-na-cep-ta-ble. Con la finalidad de que nos quedara claro, y claro quedo cuando el chico mas joven de la clase presento su guarnición en un plato aun húmedo y a temperatura ambiente. Mas claro aun cuando el plato fue a dar en el suelo y el confeti de verduras multicolores volaron por el inmaculado piso.
Esa noche después de casi volarme la yema del dedo, de cientos de charolas de berenjena asada, de pollo a las brasas, empanizado y dorado, de un sin fin de cortes finos entre ellos el corte de pechuga estilo aerolínea, salí arrastrando los pies, cansada y agotada, mi inmaculado uniforme mostraba huellas feroces de la contienda aun en el ribete impecable del botón. Caminaba cabizbaja rumbo a mi carro y al adentrarme en el y respirar profundo, pude por fin colocar mis manos sobre el volante, y ¡ay! Que dolor, que ardor, encendí la luz solo para descubrir las dos asperezas en mis dedos. Suspire sin darle importancia pensando que desaparecerían mañana mismo junto con el nauseabundo olor de tantos kilos de pollo crudo.
Casi una semana ha pasado y ahora llevo con orgullo la callosidad dual de mi mano derecha, el chivato alemán y yo nos vamos entendiendo, el a hacer mas ligera mi carga y mi trabajo, yo a poner menos presión y a saber deslizarlo. El a no volarme mis necesarios dedos, yo a sostener con fuerza su mango. Dice el chef O que una larga relación es la que se establece entre el cuchillo y el cocinero, una relación que en mi caso apenas da inicio.
Siendo así deberíamos tutearnos, el runruneara mi nombre en los cortes estilo mecedora y yo le diré entre grititos agitados –eres un songuito- cuando me tome por sorpresa y el filo de navaja gotee púrpura y escarlata.

Beatrix

viernes, febrero 11, 2005

Un voyeur

Debí imaginarme o por lo menos intuirlo, tú además de tener unas manos hermosas eres un Voyeur.
Resulto que el trabajo de azúcar era mejor hacerlo entre dos. Después de explicarme que no dejara cristalizar el azúcar en la orilla de la sartén, que utilizara la brocha humedecida una y otra vez para evitar las minúsculas burbujas. Cuando la temperatura alcanzo el grado correcto y el espeso líquido se tiño me dijiste que era el estado correcto. Una vez que coloque el pozo de cobre sobre la mesa de trabajo, me pediste que esperara unos minutos, que este trabajo se realizaría entre dos.
Tú elegiste al chico irlandés que se sienta a mi derecha, debe tener unos veinte años y medir cerca de dos metros, de manos grandes y robustas además de aniñadas.
Te tomo cinco minutos explicarnos como estirar, flexionar y doblar la mezcla, enfatizaste que era el calor de nuestras manos el que evitaría terminar con una enorme roca de azúcar, así que entre los dos acompasados mantendríamos la temperatura correcta.
-¿Cuál es la temperatura correcta?- te pregunte.
-Hasta donde tus manos lo toleren ni un grado mas ni uno menos-
Marmolear azúcar es lo mas parecido a una relación, hay un estire y afloje de ambas partes. El tiraba con firmeza y en varias ocasiones me arrebato de un jalón mi parte de la mezcla, entonces se detenía por unos segundos y me pedía disculpas sonrojado. En otras ocasiones yo sacudía con firmeza y lo tomaba por sorpresa al romper el uniforme ritmo que manteníamos.
Así estuvimos por un tiempo el ámbar había desaparecido y en su lugar un metálico dorado brillaba y parecía sudar, y sino, éramos nosotros frente y antebrazos sudorosos, manos henchidas de trabajar a esa temperatura, el joven irlandés tenia las manos color cereza, yo tenia las manos en esa fina línea que divide lo tolerable de lo que no lo es.
Te descubrí en la esquina junto al horno en el que te gusta hornear el pan, te sorprendiste cuando leí en tus ojos que no te habías movido todo ese tiempo de allí, que seguiste todos nuestros movimientos con un deleite, empalagado por tus pensamientos, intoxicado con las imágenes.
Y secretamente sin decirlo lo entendí y accedí, de ahora en adelante dejaría que me vieras con otros, sin ellos saberlo, tú y yo estábamos en sobreentendido marmolearia azúcar con quien tú eligieras, cuando tú lo creyeras conveniente.
Entonces lo tome con suavidad y revise sus manos, cuando confirme que aun tenía posibilidades de seguir trabajando, le dije:
-Ahora vamos a hacer pétalos de rosas, cuida de no jalar bruscamente, déjate guiar por mi, solo encargate de mantener la temperatura correcta-.
Terminábamos el último pétalo, mis manos temblaban de cansancio, parado junto a mí me rozaste con tu aliento el lóbulo izquierdo.
Esa noche el chico irlandés camino conmigo hasta mi automóvil, me ayudo a colocar mi equipo en el interior de la cajuela, al despedirnos lo bese en las mejillas al estilo europeo y revise por ultima vez sus manos, en la distancia cobijado por la oscuridad tu mirada nos acompaño.


Beatrix

viernes, febrero 04, 2005

Dejame ver tú ombligo

Un par de manos grandes tienen tres posibilidades: tocar piano, tomarte por sorpresa o amasar pan.
El chef F. tiene las manos grandes y rosadas, he notado que los hombres en esta rama de la cocina, tienen manos rosadas y bellas, a diferencia de la cocina caliente donde las manos sufren las inclemencias de las altas temperaturas, el agua, el filo de los cuchillos y el manejo de un sinfín de ingredientes. Algo muy distinto ocurre con el amasado de pan, es uno de los actos más suaves y armoniosos además de sensuales que he presenciando en mi vida.
Esta noche la faena requiere elaborar panecillos de mesa, una vez que los ingredientes se han mezclado y la masa se a trabajado hay que dejarla reposar en un lugar tibio, como un horno, el calor que da el piloto es suficiente para lograr que la masa doble su tamaño. Cuando saqué del horno mi platón con la masa y la coloque en mi mesa de trabajo, el chef F. se sitúo a mi lado derecho, de esa manera seria más fácil para él trabajar pues es zurdo. Sin mirarme de frente me soltó lo siguiente:
–Adoro tú nombre Beatrix-.
Yo que nunca he sido buena en esas situaciones me limite a subir el color de mi rostro.
-Fíjate bien, cada panecillo deberá pesar dos onzas, siempre busca que sean uniformes, unas vez que tengas marcadas las piezas tomaras una y sin poner presión entre tu mano y la mesa harás girar en círculos continuos hacia ti las piezas de pan. Procura que los dedos estén entre abiertos, lo que queremos lograr es que se forme una piel que cubra y proteja el panecillo de manera que cuando lo veas por debajo distingas claramente un ombligo-.
Así va ser esto ya lo entendí, una atmósfera tibia con olor a pan recién horneado, manos que se tocan una y otra vez en aras de un amasado perfecto, el roce inesperado de un codo o de un dedo, convidar un pedazo de gloria aun humeante y llevárselo a la boca mientras se mira uno a los ojos sin parpadear.
El chef F. aun no lo sabe, pero pronto descubrirá que mi nombre significa: “la que trae la alegría”, su cocina no será la misma, y sino ahí esta la Divina Comedia de ejemplo.
Mientras girábamos panecillos sin descanso me confesaste lo mucho que te gusta trabajar el chocolate, te pregunte cual chocolate preferías y resulta que favoreces a los europeos y muy en especial uno francés. Yo me sonreí con la malicia de los chamanes y pensé que un día no muy lejano estarás bebiendo de mi mano un espumoso chocolate mexicano, te daré a probar un trozo del verdadero chocolate, te perfumaras los sentidos con el aroma de la vainilla y la canela. Para eso es que he guardado el rustico molinillo de cuatro aros y grabado indígena que poseo, para hacer subir la espuma de tonos iridiscentes y que cuando lo bebas las minúsculas burbujas del ancestral brebaje te estropeen los sentidos.
Si lo confieso, en esos pensamientos estaba cuando tú voz llegaba de lejos y me dejaba perpleja con la solicitud.
-Déjame ver el ombligo-
Mi mano freno la marcha y se quedo paralizada ante la petición, el ritmo de mi corazón trabajo a marchas forzadas, y la palma de mi mano izquierda se cubrió se sudor, algo debí decirte con los ojos, algo que solo tú y yo entendimos, con suavidad extrema me tomaste de la muñeca con tú mano izquierda y la giraste exponiendo así la perfecta circunferencia ceñida al centro.
-Tú ombligo es perfecto Beatrix-
Tus palabras arrastraban un sentido implícito con el que barnizamos cada panecillo antes de hornearlos, quince minutos mas tarde, mientras te veía partir uno de los panecillos un vaho escapo del corazón de la perfecta esfera, tu índice así como tu pulgar lo llevaron a mi boca y selle la comunión con una sonrisa.
No, no estaba mal para ser la primera vez, tú todo dedos, yo todo ombligo y el horno de testigo.

Beatrix