viernes, junio 24, 2005

Esto de tu ausencia duele y no sabes cuanto

Te dije que volvería al inicio del verano.
Y he vuelto con los ojos colmados de imágenes por regalarte, además de un cargamento de fragancias y sabores con que alimentar tu imaginación.
Antes de irme, debí confesarte que esto de tu ausencia duele y no sabes cuanto. Fue por eso que, corrí las cortinas de gasa blanca de la cocina, cerré los anaqueles, vacié frascos, tarros y cajones, limpie la nevera y deje oreando los costales de yute.
Por ultimo apague el piloto del horno y agarre el camino mas largo que recorre la península.
Intencionalmente me fui con hambre, y al llegar a la vieja casona que me hospedaría seguí el claro camino que me señalaban las gardenias. Aun costado del antiguo acueducto, bajo la sombra de un mango ancestral, se resguárdese de las altas temperaturas y de la humedad, la blanca cocina.
Anchas y gruesas paredes cubiertas de cal, y dentro, en el corazón tibio del fogón, se encontraba el como único amo y señor.
Tras el marco de la puerta me resguarde y con morbosa curiosidad lo observe, sus pasos iban y venían con sigilosos meneos, manos pequeñas, callosas y dedos rollizos de un canela intenso.
Junto a el una gran canasta de verdes y punzantes pencas de nopal tierno. Con movimientos acelerados limpiaba una a una y las arrojaba a la mesa de preparación.
Yo lo mira absorta, perdida y húmeda.
En la hornilla la ebullición del agua aguardaba pacientemente por los frescos trozos de nopal, los corto en pequeños cuadros uniformes y los vació en la enorme olla de barro de pronunciado vientre, de entre sus dedos pude distinguir una cristalina sabia que escapaba, al final limpio cuidadosamente uno a uno de sus dedos en la impecable toalla de percal y se dio a la tarea de cortar maduros jitomates, cebollas, chiles y por ultimo pico un manojo de oloroso cilantro.
Mientras la fiesta tricolor aguardaba en la mesa de preparación para ser mezclada con el nopal, coloco en una de las hornillas un pesado comal, del bolso izquierdo de su pantalón saco, lo que me pareció una antigua moneda de cobre de veinte y la calentó en el fuego.
La noche me hablo al oído y un camino de sudor recorría mi espalda, el hervor estaba a punto de subir a la boca de la olla de barro y reventar en enormes burbujas de rabiosa temperatura. Sin siquiera mirarme me pregunto si querría pasar. Yo di un paso dentro, el único que era necesario para esta junto a el y su sudor de fin de día, la moneda al fuego simulaba un minúsculo sol niño de brillante luz, me dio unas pinzas y me pido tomar la moneda y arrojarla a la olla de barro. Y así lo hice.
Justo en el momento alto del hervor arroje la candente moneda y una poderosa ebullición arrojo borbotones de una pegajosa sabia que después de unos segundos termino por ceder, retiro la olla del fuego y la vació en el lavabo, yo seguí sus movimientos cautivada, una nube de vapor se levanto entre nosotros y por fin pude contemplarle el rostro.
El tomo de manera sorpresiva mis dos manos y las hundió en el tibio y pegajoso cocido, revolvió mis dedos en la viscosidad que escapo de las pencas del nopal, yo podía sentir la fuerza de sus dedos entrelazarse con los míos, sentía la humedad aun tibia pegándose en mis manos y mis dedos, el segundo botón de su chaqueta restregaba la punta de mi aureola izquierda, su aliento arrojaba resoplos de fragante cilantro y limón.
Y tu ausencia duele. Dolio en la plancha ancestral de talavera donde me recostó. Tu ausencia golpeo en la humedad que escapo de mi cuerpo y que se vino a mezclar con la sabia tibia del nopal. Tu ausencia mordió en la parte más frágil de mis tobillos cuando el los vistió de sal. Tu ausencia erosiono mi espalda que el anduvo con manos firmes y callosas.
Si, tu ausencia avivo mi hambre que el sacio con un hermoso plato de antigua porcelana, rematado en la orilla por aceite de cilantro y esencia de limón, enmarcando al centro un hermoso timbal de nopalitos tiernos y dos tostadas banderillas de dorado maíz.
Te cuento que tu ausencia dolió, y no sabes cuanto.

Beatrix