viernes, septiembre 09, 2005

Linea prestada

-La memoria no tiene otro motivo más que sofocarnos de recuerdos-

¿Y que es lo que recuerdas tu, me pregunto? Por que si vivieras con los recuerdos que a diario reúno yo en la alacena estoy segura que terminarías por enloquecer uno de estos días. Que falta me haces, que falta le haces a mi cuerpo, a mi lengua, a mi paladar. Desde hace días que solo se habla de calamidades, y yo me pregunto si todos recienten tu ausencia tanto como yo. Hace tres días zarpo un barco del golfo cargado de víveres y cocineros y te he buscado entre ellos, he buscado tu rostro milenario en los otros, pero no vienes allí.
Y me senté a mirar por la ventana mientras limpiaba una canasta de ejotes frescos y te buscaba en el punto aquel que se comió tu espalda y al que le dije adiós.
Hace cuatro días deje quemar el pan en el horno, hace dos días arruine tres kilos del mas fino chocolate, ayer se engusanaron las zarzamoras que compre en el mercado.
Y hoy el contingente humanitario sirvió de desayuno huevos con chorizo y frijoles fritos a ciento siete personas. Dicen que en unos días servirán más.
Me sirvo un poco de café, doy cuenta nuevamente de tu ausencia e incorporo los ejotes a la sartén con el guiso de res y tomate que se cuece desde hace rato. Reviso sin revisar el arroz y le agrego una cucharada de sal a los frijoles negros. Hay un manojo de plátanos machos queriendo ser tostados, y un melón con claros indicios de madurez en el frutero. Y en mis muslos una tensión parecida a la de tu proximidad, y mi lengua evoca el cítrico sabor de la tuya y la cocina se nubla y se intoxica del grisáceo de una nube y el extractor no se da abasto sacando el humo y el pujante olor a quemado, y yo derramo lagrimas pintarrajeadas de ceniza y cochambre y alguien golpea a mi puerta y se forma un gran alboroto el pie de mi portón.
Y un grupo de armados guerreros derriban la puerta y entran a toda prisa a rescatarnos a Dunia y a mí.
Y doy cuenta, de nuevo, en medio del alboroto y del asombro de los curiosos, ante el desapruebo de los hambrientos, que no estas aquí…

Beatrix

viernes, septiembre 02, 2005

He llegado tarde

He llegado tarde. Y ha sido a propósito. Solo cinco minutos, el tiempo que te toma levantar una clara de huevo a medio punto.
O el tiempo que ocupa el amasado de una mezcla suave o el templado de una salsa fría.
De donde yo vengo el tiempo corre de manera normal, los minutos se conforman de sesenta segundos y el sol esta iniciando su descenso al cuarto para las siete y la ciudad aúlla el desgarrado sonido de un claxon y los nervios alterados van tras los volantes y más de un conductor yace en el asiento trasero de su vehículo y hay un policía respirando con dificultad bajo el ajustado chaleco que carga.
Y hay un vendedor de periódicos con las manos manchadas de noticias atrasadas y un perro cruza la calle como si supiera a donde va.
Y yo encamino mis pasos al encuentro contigo, y me digo que una vez dentro, el tiempo se volverá a detener y bien vale la pena llenarme de tiempo real y así poder dártelo.
Y estoy parada frente a tu puerta y nadie la ha tocado y sin embargo puedo escuchar los fuertes golpes azotándola y el sonido se va disminuyendo y mi nariz percibe tu olor que traspasa los grueso muros y mi brazo se extiende tembloroso y mis dedos se aferran a la chapa y empujo con la misma fuerza de un recién nacido que esta por nacer.
Y el dulce aroma del horno me acaricia el pelo y doy un paso dentro y la puerta se cierra tras de mi y he traído conmigo El Todo y sus veinte días.
Y tus ojos son una avalancha de cobalto que me sofoca y tu me extiendes la mano y la mía responde y entonces queda un espacio entre tu y yo por donde bien pudiera pasar un suspiro y tus manos siguen siendo tibias y te quiero decir lo que me enseñaron los días que fueron y tu sonríes y me dices en silencio que lo sabes.
Desabrochas lentamente los primeros botones de mi chaqueta y tus manos rosadas recorren mis hombros y me contemplas así. Finalmente recoges las dos almendras de cacao que colman mis pechos y que te he traído, y las cientos de orquídeas en flor de vainilla han florecido y un ramillete de jazmines salio de una de la bolsas de mi chaqueta y de mis manos unas tabletas de oscuro xocolatl, y te regalo el nombre del viento en la lengua cantada. Y tú cierras mis ojos con la ayuda de tus labios y elevas mi cuerpo y este vuela muy por encima de las ollas y los sartenes de rabiosas temperaturas y llego finalmente a la plancha de piedra caliza donde tú y yo templaremos este amor.


Beatrix