viernes, julio 29, 2005

Pasaran los dias

Se va fundiendo la noche y tú parado frente a la ventana aguardas algún presagio.
-Tienen que pasar los días-
Fue lo único que dijiste, y yo guarde silencio sin saber que agregar a tu comentario. Pasaran los días me dije, y lo dijo mi corazón y lo dijo mi lengua quedamente para que solo yo escuchara.
Pasara el cuarto y el quinto día y desde la ventana veremos llegar la plaga de Cuetzpallies trepar por las paredes de este templo en busca de la sombra y del fresco alivio del interior donde tu y yo permanecemos. Y tras ellas llegara también la calamidad arrastrando su largo cuerpo, vendrán en cientos y tu me corriges.
-Serán miles-
Y mis ojos se agrandan y mi boca se seca y mi corazón sufre palpitaciones y busco tu espalda para resguardarme de este quinto día que supone ser el mas largo de todos.
Nunca haz comido carne de coatl y no la comerás y yo, no la comeré mientras permanezca a tu lado y es por eso que tenemos que resguardarnos de ellas.
Afuera todo esta silencio, los animales y las aves se han ido de este lugar, no querían ser devorados, los pequeños ratones y las ardillas fueron los primeros en salir huyendo, los cuervos obscurecieron el cielo cuando sobrevolaron en cientos de parvadas y el ultimo de los quetzales titubeo antes de abandonar el nido.
-Pasaran los días-
Volviste a decir, y la frase se venia haciendo cada vez mas corta y el sol venia realizando su descenso y pinto brevemente las copas de los árboles de un doloroso dorado.
Solo los insectos y sus larvas se quedaron para alimentarnos, en el negro comal tronaron las panzas abultadas de los chapulines y de las xauis, en aromáticas tortillas de maíz envolvimos escamoles y jumiles que aderezamos con salsa roja y verde, también me serviste unas gorditas copetudas de ahuahutle y fríjol bayo.
Por ultimo nos refrescamos con un vaso de nieve de leche de cabra endulzada con miel y pétalos de violetas, a la que adornaste con una mariposa monarca que movía sus alas en cámara lenta como si estuviera hipnotizada, aguardando el final del Miquiztli o el sexto día. Tus manos entonces me encontraron afanada en la mesa de preparación tratando de moderar una orquesta de chapulines que brincaban incesantemente en la placa de talavera, tus manos tibias recorrieron mis hombros me jalaron suavemente hacia ti y estando mi espalda recargada en tu pecho sentí como tus manos hábilmente fueron liberándome primero de un botón y mas tarde de la cremallera.
Tu mano derecha anduvo el camino tantas veces recorrido de oscuro pelambre y tu dedo anular se hundió en la tibia humedad de rojísimos labios y era tu mano izquierda un aguijón que me paralizaba.
Me diste un beso largo y perfumado de cardamomo en el cuello y finalmente me susurraste al oído lo que habíamos aguardado durante estos días de encierro y pesadumbre.
-Asómate por la ventana-
Una bruma densa y pesada se revolvía bajo las copas de los árboles y de entre ella, cortando a filo de machete asomo la húmeda punta de su nariz el Mazatl y piso firme el musgo verdoso que nace en la puerta y dejo la huella efímera de vaho que sale de la chimenea de su nariz en una ventana.
Y tu volviste a la cocina y el ruido habitual de las ollas y las sartenes llenaron esta tu casa y poco a poco fue tomando vida el fogón de carbón y el nixtamal iniciaba el primer hervor del día y una gallo distraído canto siete veces y tu me miras de reojo y sonríes y me das los buenos días.


Beatrix

viernes, julio 22, 2005

Calli

Despierto a tu lado, junto a ti. Las primeras horas me ofrendan el pausado ritmo que tiene tu respiración. Hemos dormido por varias horas, afuera el ruido de la ciudad araña las paredes y teje una tela pegajosa en el marco de las ventanas.
Hay una urgencia por tocarte, por irrumpir en la quietud de tus muslos y recorrer la tenue línea que se forma en tus ingles. Subir el firme camino que conduce a tu pecho, morder las dos avellanas de pequeñas puntas y pasearme por el filo de tus hombros y finalmente hundir mi nariz en la mullida ala de cuervo que es tu pelo.
Abandono la cama con la finalidad de ir en busca de un café, pienso que contemplarte así, dormido, mientras bebo un poco de café, debe ser aun más sublime. Así que encamino mis pasos por el pasillo angosto, el techo es elevado y en el centro encuentro un traga luz nacido del vientre de una botella antigua, el pasillo se va haciendo mas estrecho y casi al final del mismo las rusticas paredes rozan mis caderas como dos enormes manos. Me gusta sentir el restregar y la fricción en mi, me complace traer conmigo pedazos minúsculos de la cal que se desprende al contacto con mi cuerpo, y antes de que el sol termine de instalarse en la parte mas alta del cielo, tu casa, tu calli, se va tatuando en mi.
He llegado al final del pasillo, esta es la parte mas estrecha y mis piernas y mis hombros rozan de manera dolorosas al contacto con ellas, estoy parada frente a tu cocina, voy a dar un paso dentro, me voy a adentrar en ella, en ti.
Y me escapo de los tentáculos de cal, me libero de los millones de ventosas y logro poner un pie dentro.
Y son tus brazos los que impiden que caiga y es tu sonrisa la que me da los buenos días, y yo te veo aturdida, ¿y me pregunto de donde saliste? Y tú no eres de palabras ni de muchas explicaciones y me ofreces una taza de aromático y amargo y dulce café. Y dejas que mi mente formule todas las preguntas que no tienen respuesta y te sonríes y das un trago más y una gota de rabioso café logra escapar de tus labios y cae vertiginosamente hasta estrellarse en la blanca manta de tu pantalón.
Y en mi se esta gestando el hambre, la hambruna que arrasa con todo de manera voraz y tu lo sabes y sonríes y me das el roce de tus labios en la punta de mi nariz y me acercas un banco pequeño de madera y me invitas a tomar asiento. Y la leña arde desde temprano en la estufa, y un comal aguarda pacientemente, y el primer crujir del aceite reclama impacientemente en la sartén. Tú tomas un pequeño huevo de codorniz y lo partes por la mitad y lo dejas caer en la sartén y le sigue otro y otro. De la mesa, tomas una pequeña canasta cubierta con un manto y lo descubres una vez que esta frente a mí y el asombro y la fascinación las puedes leer en mi rostro. Cuando descubro diminutos panes dulces de una belleza artesanal, una rica variedad de cochas, bollitos, rebanadas y espejos, yo tomo uno y me lo llevo a la boca y este deja rastro en la comisura de mis labios, y tu haz dejado rastro de tu andar por mi que son ya imborrables. Y yo te digo todo esto en el lenguaje de los ojos y tú te sonríes y me das una cuchara azul de peltre para que coma con ella y para que te coma con ella.
Finalmente me ofreces un hermoso plato con una guarnición de arroz blanco y encima haz colocado cuatro huevos estrellados de codorniz con la orilla dorada y una cucharada de fríjol negro refrito y queso fresco.
Y tú eres la calli en la que yo quiero vivir, y este es el tercer día en el que yo abre de subir al cielo.

Beatrix

viernes, julio 15, 2005

Ehecatl

El día amaneció a regañadientes, un banco de nubes chantilly me saludan a su paso y una parvada de flamingos plasmo efímeramente unas pinceladas de encendido carmín en el cielo.
Bajo mi puerta alguien ha deslizado una nota, camino hacia ella, la tomo, y regreso de nuevo al balcón.
Este sobre huele a ti, puedo sentir el calor de tus manos y la fragancia a tierra mojada que tienen tus dedos.
Eres tu, ¿quién más? Doblo el pedazo de papel y lo guardo entre mis senos para intoxicarme de tu aroma y para que me guíe hacia ti.
Afuera, el camino largo de adoquín me habla y me quiere susurrar tu nombre, atrás quedaron las enormes macetas de gardenias y los antiquísimos árboles de mango, paso frente a tu cocina, me detengo en el marco de la puerta, olfateo tu ausencia y sigo delante.
Un vientecillo ligero acaricia mi rostro y refresca mi cuello, unos pasos mas y el mismo viento va tomando un poco mas de fuerza y, esta vez un escalofrió recorre mi cuerpo y despierta mis modorros pezones.
Y cada vez estas mas cerca, descubro tu figura resguardándose de la humedad y tu sonrisa es un romper de olas.
-Te esperaba-
Dijiste, y yo quería decirte que, antes de que el cielo y la tierra se separaran yo también te esperaba, y que… Tu mano sello mis labios, pues eso y más sabias, me tomaste de la mano y caminamos por largo rato bajo la sombra generosa de los árboles sin decir palabra.
Nos detuvimos frente a una construcción milenaria, el tiempo había reclamado su parte de la edificación, así que solo le sobrevivía una escalinata y las paredes circulares donde debió descansar en los tiempos remotos un domo. Un bello patio central se encontraba rodeado de un plantío de hermosos árboles de cacao cargados de bayas, yo apreté tu mano y tú me miraste de reojo, estiraste un brazo y de un tirón suave desprendiste uno de los frutos. Te ayudaste con una navaja como la que usan los exploradores para abrirle el corazón. La pulpa asomo dejando ver la fina tela que resguárdese las codiciadas semillas de depredadores como nosotros, tu dedo índice goteaba el agraz liquido y me apuntaba.
Un viento levanto una cortina de hojarasca y un agudo y lejano silbido se dejo escuchar, tu te arrodillaste en la dirección al sol y oraste por unos minutos en la lengua cantada de tus antepasados.
El viento que nacía de tu boca formo un remolino que recorrió el sembradío de cacao, levanto a su paso una nube de polvo y hojas secas así como dos o tres escarabajos distraídos.
Y llovió cacao de las finas coronas de los cacaoteros, cuando todo volvió a la calma, te levantaste del suelo y recolectaste las maduras bayas, yo, parada cerca de ti, te observaba. Tus manos tienen la virtud de acelerar todos los procesos, después de despulpar las semillas nos adentramos en la edificación, allí te vi iniciar y precipitar el proceso de fermentación, después subimos por una estrecha escalinata al techo y esparciste las almendras de cacao para que el sol hiciera su trabajo. El calor del sol del mediodía coloreo de rojo la punta de mi nariz y mi frente, una gota de sudor camino el nacimiento de mi oreja y lamió mi cuello, tu limpiaste el sudor de tu frente con un paño amarillo mientras recogías las semillas secas. Hiciste un movimiento con la mano izquierda y está tomo vuelo y levanto el pesado costal de yute cargado de almendras de cacao que recayó en tu hombro, tu mano derecha busco la mía y descendimos dejando atrás al noble sol de mediodía.
-Ehecatl, te acaba de conceder la más fina cosecha de criollo para que bebas Xocolatl-
Y todo quedo dicho en el segundo día, el Dios de dioses había regresado del destierro para alimentarme con su bebida predilecta, para calmar mis pesares con el tibio brebaje, para despertar mi sentidos con su espuma y para vivir en el templo de mi paladar.
Llegamos a tu cocina y en una esquina encontré un metate nacido en el vientre de algún volcán, arrodillado frente a el, colocaste el primer puño de semillas e iniciaste el proceso de molido.
Y a esto me refiero cuando digo y pienso que tus manos hacen magia, una brillante pasta de profundo color se iba formando, sin parar por un minuto y sin mirarme me repetías la receta ya memorizada:
-de diez bayas sacamos un kilo de semillas, de ese kilo salen 400 gramos de semilla seca, después la tostamos y nos quedan 380 gramos de almendras de cacao y después de seleccionarlas, molerás aproximadamente 330 gramos y eso te debe dar 330 gramos de pasta de cacao. Por ultimo le agregas a la pasta 140 gramos de azúcar y el resultado final serán seis barritas de xocolatl-.
El numero cabalístico resonaba en mi cabeza, y me hizo pensar en la frase tantas veces taladrada: tanto amo Dios al hombre que le entrego su fruto único.
En la hermosa mesa de trabajo reposaban las seis barras de xocolatl, encendiste la leña en la estufa y pusiste a hervir un poco de agua, de uno de los anaqueles sacaste vainilla y un puñado de almendras molidas. Cuando el agua iniciaba el burbujeo, le incorporaste una de las barras y haciendo uso de un molinillo batiste sin parar hasta hacer brotar la espuma multicolor que tanto me gusta. Después de un interminable día, por fin me llamas para que me acerque a ti, mi corazón se atropella y encuentra chico el espacio de mi pecho, con otro gesto de tu mano me pides que le ponga un poco de vainilla a la mezcla y sigues batiendo con fuerza, de la bolsa izquierda de tu guayabera sacas unos aromáticos jazmines que sacrificamos en el hervor alto que ha alcanzado el xocolatl.
Y mis sentidos aguardan esta fiesta milenaria, mi boca, mi lengua y mi garganta quieren beber, tus ojos se encienden mientras viertes la aromática bebida en unos tarros de barro verde de Michoacán.
Das tú el primer trago y el nacimiento de un toro joven de afilados pitones amenaza con embestirme, tus manos me toman por la cintura y me elevan y me sientan en la fría superficie de la mesa de talavera. Un segundo trago y un viento sorpresivo Ehecatl, en este segundo día entra por la puerta principal y azota las ventanas. Un tercer trago y yo cierro los ojos mientras el tibio y espeso líquido se derrama en mí y entre sueños creo ver sentado en el marco de la ventana al dios mono pico de ave, señor del viento, la serpiente emplumada: Quetzalcoaltl.

Beatrix

viernes, julio 01, 2005

Cipactli

¿Que sabias de mi, como adivinaste? Señor de manos pequeñas. Que volvía a la tierra, a mi tierra para alimentarme de nuevo de su ombligo materno.
Tú lo intuías, por eso guiaste mis pasos descalzos en el húmedo musgo, me previniste de las piedras y la fina alfombra de mangos niños que tapizaban los jardines y perfumaban el nacimiento de Cipactli.
-Cipactli, es el primer día- me susurrabas al oído mientras desatabas el nudo del paño de algodón con el que cubriste mis ojos.
Al final de la casona, junto al lago, habías improvisado una mesa pequeña con dos sillas y un mantel blanco, al centro, una veladora iluminaba tu rostro milenario.
A unos metros de la mesa construiste un asador rustico de madera y el calor del fuego se hacia sentir cuando el viento cambiaba de rumbo, junto al asador una pequeña mesa de preparación donde tenias dispuestos varios platones de barro negro.
Suavemente me guiaste a una de las sillas y me pediste que me sentara, el río arrojaba bocanadas de un vaho espeso que cubrían mi rostro de minúsculas gotitas, tus ágiles manos me brindaron un tarro pequeño de mezcal y en un tono de picardía que recién reconocía en ti, te llevaste la mano al bolso izquierdo del pantalón, y sacaste una pequeña cajita de laca, dentro, había un dorado y robusto gusano. Con un gesto de tu mano me pediste que le diera un trago al mezcal, te pusiste frente a mí en cuclillas, y te llevaste el gusano a la boca, medio cuerpo le colgaba de tu labio inferior y brillaba en un dorado fosforescente bajo la luz de la luna.
Yo me acerque a tu boca en busca de la fragancia cítrica que tiene tu lengua, ronde con mis labios tus mejillas y detuve mi mirada en el abismo que hay en tus ojos, tu no sabes lo que es bajar la mirada, un escalofrió recorrió mi espalda y me acerco mas a tu boca, de un solo movimiento te arrebate el primer bocado de la noche.
El lago se iluminaba a ratos por centenares de luciérnagas, y tu, parado frente a el, pensativo, me regalabas la visión de tu espalda, un tronco de cedro de fragante olor. No había motivo para romper el silencio, así que te observe mientras tú aguardabas, yo recorría la línea de tus hombros, el nacimiento de tus firmes nalgas y los dos leños cortos que son tus piernas, mis ojos goteaban tus formas y vinieron a derramarse en tus tobillos.
Y como un sobresalto, el Lago tomo vida, y las aguas se alebrestaron y tus brazos forcejeaban contra el, el Lago arrojaba una lluvia de millones de gotas de diversos tamaños con la finalidad de contenerte, la luna era una gran lámpara incandescente y la firmeza de tus hermosos pies no titubeo ni un milímetro.
Cuando el Lago reconoció que perdía la batalla termino por entregarte a la presa, un caimán adolescente que daba claras muestras de cansancio y derrota.
La lámina de acero empaño su brillantez y se cubrió de un encendido carmín. Tus hábiles manos limpiaron cuidadosamente su carne, una sabana de joven y blanco pecho que condimentaste con sal gruesa de Colima y pimienta blanca. De las vasijas que tenías preparadas sobresalía una espesa y negra salsa.
Una noche antes te comente mi debilidad por el maíz criollo, una mueca asomo del lado izquierdo de tus labios y entre dientes masticaste el nombre que te enseñaron tus antepasados
–Teocintle-
Olorosos totopos de maíz morado salpicados de gruesa sal fueron colocados de manera despreocupada al centro de la mesa, te asomaste el fondo de mi tarro de mezcal y con molestia advertiste que aun no lo había terminado.
En un platón de barro colocaste las lajas de carne y las bañaste de la espesa salsa, a modo de toque artístico esparciste unas semillas de ajonjolí, en unos platos hondos serviste el arroz blanco con confituras de zanahoria y chíncharo, por ultimo, una bandeja de plátano macho frito y sazonado.
Comí y bebí de tus manos, de tus robustas, sigilosas y pequeñas manos, fueron tus dedos tenedor, cuchillo y cuchara, fue tu lengua el paño oportuno que limpio la comisura de mis labios.
Fue tu puño cerrado el último tarro del que bebí mezcal. Y tú tienes y me das lo que vine a buscar, en ti se encierran todas las cronologías y los elementos, y yo no hago otra cosa que no sea alimentarme de ti.
Las horas nos mostraban su prisa, los primeros rayos de un sol despeinado se asomaban tímidamente entre las nubes, un ejercito de hormigas rojas sitio nuestro reino, tu mano aletargada recorrió por ultima vez el nacimiento de mis tobillos, había impaciencia en el primer contingente de hormigas, tu mano se detuvo en mi rodilla, colocaste un puñado de sal y le diste el ultimo trago al mezcal, finalmente, lamiste los granos salados y con la mano derecha rompiste filas entre ellas y un puñado de presurosas, alarmadas y rojísimas hormigas tuvieron como destino final tu boca.
Tu sonrisa termino de amanecer y me dijiste en un susurro quedo y arrastrado que este era solo el inicio, y tu sonrisa desapareció junto con la tropa mortalmente confrontada y yo me llene del sabor cítrico que tatuó tu lengua en mi cuerpo hasta las últimas horas de este Cipactli.

Beatrix