viernes, noviembre 26, 2004

Que seria de nosotros sin la sal?

Para aquellas fieles personas que leen esta pagina cada viernes, abran notado que la semana pasada no coloque un escrito nuevo. El motivo es muy simple: tuve que cocinar.
Desde que me mude a este país he venido adoptando de manera progresiva sus costumbres y tradiciones, una de ellas y tal vez la que más me complace es la cena de Acción de Gracias. Hay quien pensara que es por la cena tradicional que se elabora para tan especial fecha o por lo bueno que resulta como negocio para aquellas personas que nos dedicamos a cocinar para otros. En realidad la fecha es buena por el significado de la misma, que es dar gracias.
Estaba yo atareada en mi diminuta cocina, -diminuta para lo que yo quisiera- batiendo, mezclando, la vainilla, el queso crema, el azúcar y de pronto como un rayo de luz me cruza este pensamiento: ¿que seria de nosotros sin todo esto? ¿Que seria de un pastel sin merengue? ¿Cual seria el sabor del chocolate sin la vainilla y el azúcar? ¿Que seria de nosotros sin chocolate? ¿Sin pan? ¿Que rumbo hubiera tomado la cocina mexicana sin el picante? ¿Como nos imaginaríamos las comida china sin el arroz o la soya? Y que decir de los aceites, me detuve a pensar en las vinagretas sin aceite de oliva ni vinagre balsámico, ¿y que seria de las tartas sin la mantequilla? ¿Con que estaríamos sustituyendo la falta de trigo o cebada? ¿Y si nadie hubiera descubierto la vid? Y un escalofrió me recorre al imaginar mi vida sin una copa del rico Nebbiolo de Cetto que tanto disfruto en la cena. Pienso todas estas cosas mientras unto una cucharada de sal de Colima al pecho del pavo, siento los granos cristalinos lijar la palma de mis manos y medito: que seria de nosotros sin la sal…
Dunia me sigue de un lado al otro de la cocina, me ruega con la mirada que le arroje un trozo de algo, de lo que sea, desde hace unas semanas que enfermo su doctora me prohibió que comiera otra cosa que no sea “su comida” yo trato de explicarle a la veterinaria que, esta, también es su comida, que ella come o por lo menos degusta de lo que yo preparo, fue caso perdido. Me agacho a su altura y le pido perdón mirándola a los ojos, acto seguido y cargada de culpabilidad le regalo una rama de apio y se va a su cama complacida.
Suena el teléfono, nos llega una triste noticia, después de días de esperar por esta llamada por fin llega, te veo enmudecer con el auricular en la mano, los ojos se te nublan y terminas la llamada en silencio. Me acerco a ti y en un abrazo te digo que no hay que estar triste, que no es bueno llorar, que por el contrario es una buena fecha para dar gracias por los seres maravillosos que se cruzan por nuestras vidas. Pero esta vez tu dolor es más grande que mis sugerencias. Y pensé: ¿que seria de nuestras vidas sin las personas que nos llenan de luz? ¿Quien nos contaría nuestra historia? ¿De quien aprenderíamos las cosas que nos distinguen de los demás? Por la noche, antes de la cena, al levantar nuestras copas te mire a los ojos y te di las gracias. Gracias por iluminar mi vida, le di un trago al vino y después baje la mirada y la descanse en los dulces ojos de Dunia, a ella, también le di las gracias, mas tarde y durante cada bocado, a cada uno de los ingrediente utilizado para esta ocasión le di las gracias por existir y por complementar mis alimentos. Y me volví a preguntar: ¿que seria de nosotros sin la sal?


Beatrix

viernes, noviembre 19, 2004

Con Beirut en el corazon

El fin de semana Dunia y yo te regalamos de sorpresa una charola de hojas de parra. Dunia te veía devorar esos extraños paquetitos verdes rellenos de arroz egipcio, especies, piñones y cordero con un acento de limón asombrada y antojada a la vez.
Hace cuatro años cuando me tope contigo era el tiempo de las mandarinas y de tardes calidas que tanto escasean por acá. Supe al verte que pasaríamos el resto de nuestras vidas compartiendo el mismo techo.
Cuando entendimos que le estábamos dando largas a lo inevitable nos mudamos a compartir la vida y las deudas; la primera noche me entregaste con plena fe la tarjeta del banco y las llaves. Me tomo un mes ganarme la confianza tuya y cuando así fue, me entregaste el recetario de familia, después de ese gesto, entre tu y yo todo estaba dicho o como reza el dicho popular este arroz ya se coció.
Déjame decirte que yo aprendí a amar la cocina con la que tú creciste mucho antes de conocerte, antes de que nuestro futuro pintara paisajes juntos. A mi me educaron el paladar justo para compartir la vida contigo, mi madre que entre muchas cosas es una visionaria inculco en mi el profundo amor que ella siempre tuvo por Beirut.
Fue ese amor callado de mi madre el que me dio a probar por primera vez un plato de hummus, un poco de pan árabe, las hojas de parra, el tabule y el jocoque seco. Fue ese incomprendido amor de mi madre el que me preparo pacientemente para tú llegada. El primer aniversario que cumplimos decidimos celebrarlo con la compra de un cachorro, a ti lo perros nunca te gustaron, yo crecí amándolos y necesitándolos, me tomo un año convencerte de cuanta falta nos hacia un cachorro en la casa para poner desorden en nuestras vidas, así que el día de nuestro aniversario fuimos a la tienda de cachorros, yo te dije: -este es el único amor incondicional que puedes comprar-. Dunia nos esperaba echada en una esquina de la jaula que la alojaba, tenia el pelo color sal y pimienta y las orejas recortadas, lo de ustedes dos fue amor a primera vista, aproveche tu derretimiento para solicitar que nos dejaran ver al cachorro. Te cabía en la mano, su tibio cuerpecito olía a orines y aun tenia el aliento de bebe que tanto me gusta. Después de jugar un rato con ella, me miraste y me imploraste que la lleváramos a casa, y a casa se fue. La nombramos Dunia como una prima tuya y haciendo referencia a la vida que compartiríamos de ahora en adelante.
Ahora ella es mi fiel compañera en la cocina, al igual que a mi le brillan los ojos al poner una pata en la cocina y no hay ruido que la llene de mayor felicidad que el sonido que hace la puerta del refrigerador al abrirse.
El fin de semana cuando me vio abrir el atesorado recetario supo que ese día se cocinaría algo especial, algo que no se hace todos los días, nada le dio mas placer que el olor del cordero crudo reposado en comino y ajo, nada la altero mas que el tibio olor de los piñones tostados en la sartén, y nada hasta ahora se puede comparar al sabor de una hoja de parra recién cocida.
Antes de abandonar la mesa me besaste las manos y en la lengua de tus abuelos me diste las gracias, Dunia te siguió hasta la habitación y me quede a solas en la cocina con los olores un tibios en el ambiente, guarde con cariño el recetario y me fui a la sala a leer la poesía de Jaime Sabines, como veras, mi amor por lo tuyo va mas allá, o viene de mas allá.

Beatrix

viernes, noviembre 12, 2004

Yo te voy a enseñar como es que se olvida un amor

Un plato de nabet eso fue lo último que compartimos. A mi en lo personal las habas nunca me han gustado, y a ti te fascinan. Siempre me pregunte como dos personas tan distintas podían estar juntas, que amalgamiento mas extraño el que formábamos tú y yo.
Si las habas hubieran sido el único problema ese lo hubiera solucionado de alguna forma, pero lo tuyo y lo mío iba mas allá de eso. Tú nunca entendiste el porque me gusta usar calcetines para dormir aun cuando duermo desnuda, tú acostumbras rezar antes de comer y después de hacer el amor, yo me limitaba a observarte. A ti te gusta leer el periódico a mi el rostro de las personas, yo creo en el destino, tú no. A mi me gustan los perros y tú los encuentras burdos, a mi me gusta el tango a ti no. Entre tú y yo hubo tantos “a ti no” que no quedo mas remedio que ponerle punto final a la historia, sin embargo antes de irte me confesaste que nunca lograste acostumbrarte a mi comida. La puerta se cerró y ambos supimos que no se volvería abrir.
Nabet no es una sopa que me guste, no la he vuelto a comer y no creo volver a comerla, me cure de ti poniendo mar entre los dos además de platos y más platos de sopa. En el avión que vine de regreso me dieron a tomar una sopa fría de tomate y pepinos. Cuando pise tierra salí directamente en busca de los míticos caldos de gallina que se ubican en las calles de Antonio Caso y Vallarta. Fue fácil olvidarte por unas horas ante el plato humeante de consomé con arroz blanco y garbanzo además de trozos de pollo, la mujer que torteaba las tortillas en el comal me conocía de otras trasnochadas años anteriores, así que sin decir palabra me dio la bienvenida con una tostada de fríjol negro y queso cotija. -Yo te voy a enseñar como es que se olvida un amor-. Agarro la cuchara y le puso cuatro cucharadas rebosantes de chile martajado a mi caldo, yo la miraba atónita, no atinaba a decir palabra. Solo entonces me dijo: -ahora si, chilléle.-
Te llore mientras comía la sopa, mientras saboreaba las tortillas hechas a mano y me tomaba una cerveza, te llore aun más cuando llego el trío y tocaron canciones de amor. Te llore cuando salí de ahí sin saber a donde ir, te llore por la noche cuando pretendía dormir formando una equis en la cama. Te llore al caminar por las calles que tanto amo y que nunca caminaría contigo. Cuarenta días con sus noches te llore frente a un caldo de gallina. La ultima noche, cuando me sirvió el plato me dijo: -pa’ no estar muerto le estas chillando mucho, mañana es festivo, no hay caldos-.
Y festivo fue, me uní a la comparsa y no quise irme sin antes visitar a la Virgen de Guadalupe. Apretujada entre los miles de fieles, le prometi que no abría una lágrima más. Y no la hubo.
¿Me estas dando la receta para olvidar? Leo las palabras de un querido amigo. –no, me gustaría poder estar contigo para prepararte un plato de sopa, me gustaría poder decirte que va llegar el momento en que no va doler tanto, me gustaría subirte a un avión y llevarte al cruce de Antonio Caso y Vallarta para que te tomes un caldo de gallina para el olvido…
Por la noche me desperté exaltada por un sueño, te vi de nuevo, frente a mi, pensativo, con un plato de nabet en la mesa, revolvías de manera despreocupada las habas con la cuchara, sin mirarme a los ojos me preguntabas.
-¿Cómo le hiciste tú para olvidar?- Entonces le acerque un plato humeante de caldo de gallina, y solo después de ponerle cuatro cucharas rebosantes de chile martajado le dije:
-Yo te voy a enseñar como es que se olvida un amor-.

Beatrix


viernes, noviembre 05, 2004

Sana colita de rana, lo que no sane hoy sanara mañana

He dejado de cocinar por unos días, tengo que dejar que esta rabia se me pase, calmar los ánimos, por lo menos los míos. Después y solo después, volveré a la cocina.
El acto amoroso de cocinar no se puede, no se debe efectuar cuando el corazón esta tan dañado, pues la comida lo resentirá.
Me tomare unos días de descanso, al fin que cuatro años pasaran rápido…y como reza el refrán “Con pan las penas son menos”.