viernes, diciembre 31, 2004

A tú salud

Dentro de unas horas estaré comiendo las doce uvas. Esta añeja tradición, nunca ha sido benévola conmigo, o más bien nunca he sabido escoger con quién comer las primeras uvas.
Un manojo de hermosas uvas provenientes del Valle de Guadalupe fue el recuerdo más dulce de aquella despedida.
Tuviste el detalle de mojar las uvas en vino joven para después cubrirlas con azúcar.
-Uvas cristalizadas-
Les llamaste, y rompimos la tradición comiendo más de doce, la última uva que quedaba en el plato la dividiste por la mitad y no la llevamos a la boca con la misma solemnidad que se lleva una eucaristía.
En las primeras horas de un año recién parido, tú la sangre que recorre mis venas, tú el aire que respiro, tú eclipse de luna, me dejabas un adiós en los labios con sabor a barrica de robusto roble.
Ahora será el Valle de Napa de donde vengan las uvas sin cristalizar con las que saludare al joven año, brindare en voz alta por el futuro, en silencio; en medio de la euforia colectiva, de los abrazos y los besos, de los cientos de buenos deseos, de las chispeantes burbujas derramándose en las copas, brindare por el pasado que gesto con dulzura cristalizada mi presente, así que está, es a tú salud.

Beatrix

viernes, diciembre 24, 2004

De regreso a casa

Esta ciudad te hubiera gustado Dunia. Esta será la primera Navidad que tú y yo estemos separadas, se que con quien estas te encuentras bien y segura, incluso estas en mejores manos que conmigo. El día de ayer salí a pasear a la ciudad ya entrada la tarde, durante el día estuvo lloviendo mucho, tú nunca haz visto llover así, una cortina de miles de gotas caían con furia, observe la rabia del cielo recostada en un sillón, pretendía leer, pero mi pensamiento regresaba una y otra vez a ti. Acá hace frío, un frío que a ti te disgusta. Lo que tú no sabes es que por acá nieva, la nieve Dunia; es esa agua congelada con sabor y azúcar que tanto te gusta, pero está cubre las calles, los automóviles y las casas. A ti caminar sobre ella te hubiera congelado las patitas, además de que estarías muerta del frío. El frío Dunia de por acá tampoco seria algo que te llenara de felicidad, tú no eres adaptable a los climas extremos, un poco de viento y nublado corres a decirme que te ponga un suéter, un poco de calor y te pones de mal humor y fastidiada. Pero algo de esta ciudad te hubiera gustado, ellos colocan el árbol de Navidad mas grande, miles de luces Dunia, de múltiples colores, estrellitas y esferas que brillan como anuncios de neon, la ciudad cubierta de enormes guirnaldas y lazos dorados, la gente viste abrigos gruesos, guates y sombreros, y al respirar un vaho como la tetera del agua les sale por la boca. Mientras caminaba para disfrutar de los hermosos edificios, me tope con uno de tú raza, era un cachorrito aun, lo vi en la distancia, caminaba sin tocar el suelo con las cuatro patas a la vez, saltaba y jalaba la correa con la premura de los cachorros, había en él una actitud innata de la juventud y la adolescencia, jalaba sin rumbo. Dude un poco en acercarme, siempre lo dudo pensando en que encontraras rastros de otro olor en mi y eso te disgusta, pero recordé que no estabas así que me dirigí a él y me agache a su altura, él me vio de lejos, arrastro a su amo hacia mi dirección y se dejo caer con sus cuatro patas sobre mi pecho. A los de tú raza, les encanta ser admirados, les gusta que se les celebre un corte de pelo y la belleza de su cara, tú, no eres la excepción. Me dio nostalgia no tenerte aquí conmigo, hoy es nochebuena y tú veras llegar la Navidad sin mi. Hay algo mas de los que no te he hablado, en la casa donde estoy se come delicioso, estoy segura que con esas caras que tú sueles poner, hubiera sido muy difícil decirte que no. Anoche prepare un chocolate mexicano. Dunia, tú tienes que probar un día eso, el chocolate mexicano se prepara con leche, canela entera y vainilla, también le puedes poner un poco de almendras y antes de llegar al hervor hay que batir con el molinillo, acá tuve que hacer trampa, mi anfitrión no tenia un molinillo así que utilice la licuadora. La casa se lleno de ese olor dulzón que solo la canela y el chocolate pueden dar. Y como punto final dos enormes bombones flanqueados por un caramelo adornaron las hermosas tazas. Esta mañana me pondré a preparar la cena, horneare un cerdo con hierbas de olor y manzanas verdes cristalizadas en miel de maple, también haré el puré de patatas rosadas que tanto te gusta y un platón de colecitas de brúcelas con jamón serrano. ¿Que te parece? Todos esos olores son una tortura para ti, brindaremos con vino posiblemente mexicano o chileno y rogaremos por un 2005 con más paz y menos guerra. Yo en secreto daré gracias por ti, por tú dulzura incondicional y tú inagotable amor, por la suavidad de tú pelo y el olor de tus patas, por tú mirada de reojo cuando finges ignorarme y por el amor que le tienes a cada uno de tus juguetes. Dentro de unos días estaré de regreso, lo sabrás cuando te peinen tu pelo y te pongan tu abrigo, lo intuirás cuando te abran la puerta del carro y veas que te alejas de la casa cada vez mas, lo sabrás varios kilómetros antes de verme, sabrás que he regresado cuando tú primitivo olfato distinga mi olor entre los miles de olores que convulsionan la ciudad, entonces, empezaras a lloriquear con angustia infantil en la ventanilla del carro, respirando agitada, la nariz pegada a la ventana dejando rastros de tú desesperación. Yo, mas domesticada, como los de mi raza, disimulares las mismas emociones y te daré un abrazo largo y apretado, hundiré mi nariz en tú pelo y solo entonces sabré que estoy de vuelta en casa.

Beatrix

viernes, diciembre 17, 2004

El Beso de las Nubes

Anoche mientras dormía me soñé volando, no solo soñaba que volaba, sino que me pude ver volar. Hay quien dice que uno debe ejercitar el mirarse las manos en los sueños, con la finalidad de estar de alguna manera conciente en el sueño.
¿Sabes a que sabe volar?
-a mango y miel-
-al verso más querido-
-a tú boca-
Hace años cuando recorrí la cordillera de los Andes y la camioneta donde viajaba se acercaba peligrosamente a la orilla de la carretera, se podía ver el infinito, un sin numero de cascadas brotaban de manera caprichosa de las rocas y de la vegetación. A esa altura la respiración se vuelve difícil, mis pulmones que nunca han recibido bien los cambios, empezaron a silbar con dificultad. Justo al final del camino mi guía, un entrañable amigo y poeta ordeno al chofer que la camioneta se detuviera, él se bajo y con un acento dulce, con sabor a papaya madura me dijo: -hemos llegado al Beso de Las Nubes-
El me miraba con dulzura paternal y me ayudo a aliviar un poco el asma, cuando paso el cuadro de ahogo, abrió la portezuela del costado, el carro estaba justo parado a la orilla del desfiladero, un minúsculo camino quedaba para pasar, una brisa helada entro de golpe por la puerta y me despertó por completo.
-Vamos- me dijo, me tomo de la mano y al poner un pie en la húmeda tierra nuestros cuerpos desaparecieron por la mitad, de la cintura para abajo enormes nubes nos cubrían, se les sentía pasar, acomodarse entre las piernas, entrometerse por las rodillas y los pies.
Caminamos entre ellas, él irreverente y desafiante como siempre me dijo al oído:
-si El camino sobre el agua, usted y yo pasaremos a la historia por hacerlo sobre las nubes-
Tomada de su mano llegue a una casucha a la orilla de un creciente río, la especialidad era la trucha.
Trucha asada, fresca, de hermosa carne y sabor. Nos sirvieron a petición de él un ron, mejor dicho, el mejor ron que se toma en tierra Bolivariana, después llego un plato con cachapas, tostones y mas tarde la trucha.
Bebimos y degustamos platos y más platos de trucha, al final con los ojos inyectados de pasión me recito las cartas de amor de Bolívar, cuando yo le pregunte a quien el prócer había dirigido esas cartas me dijo: -se las dedico a la mujer que lo hizo volar-
En ese entonces yo no entendía de lo que sabiamente el poeta me hablaba, en ese viaje mis sentidos despertaron a un sin fin de sabores y olores nuevos, hasta el día de hoy no he vuelto a probar una papaya mas dulce que la se come allá, ni un plátano frito mas exquisito, y aun añoro un pedazo de carne en vara como le llaman ellos, asada lentamente.
Pero el día que camine por esa vereda tapizada de mangos, y la fragancia de los amarillos y maduros frutos me intoxico, tuve el enorme deseo de que estuvieras conmigo.
Una urgencia de cubrirte las piernas de ese jugo dulce y frutal, miles de gotas rodando por tus rodillas y mi lengua apresurada tras ellas. Supe entonces que el lugar sagrado de uno de esos mangos es el de tus ingles, ahí lo hubiera devorado yo a mordidas y al final satisfecha del festín, te hubiera invitado a volar.
Ahora te observo en el sueño, la respiración rítmica y serena, me acerco a ti, palpo tú fruto, palpo la madures de tú fruto, mis manos se aprestan a volar, intoxicadas por el olor y el sabor, estamos sobrevolando el enorme tapiz de dorados, dulces y enmielados mangos de los que tanto te he hablado.
-Y esas, esas son tus manos-.

Beatrix

viernes, diciembre 10, 2004

La reconstruccion de los hechos

Cuando tocaron a mi puerta, me tomaron por sorpresa no solo por el uniforme que vestían pero por su presencia. Minutos más tarde me explicaban: -estamos llevando a cabo una reconstrucción de los hechos-.
Yo sabia de ante mano de lo que me hablaban, lo supe al verlos parados en mi puerta y lo supe también cuando omitieron enseñarme la orden del juez.
Acababa de hacer café así que después de ofrecerles una taza me senté frente a ellos en la mesa de preparación, el horno tenía media hora encendido y la hornilla de la derecha cedía al goteo continuo de la cafetera.
Esa mañana te pedí que te quedaras un rato mas en la cama, te lo pedí como acostumbraba pedirte todo, con un tono infantil y chillón. Te seguí hasta el baño y me senté en el lavamanos a mirar como te enjabonabas el cuerpo. Te observe como de manera obsesiva tallabas las axilas y las plantas de los pies, después cuando por fin saliste te arrope con la toalla y te pregunte si desayunarías conmigo.
Tú me cubriste el rostro con tus dos manos y me diste un beso con sabor a jabón.
-¿y después?-
-después nada-
-¿usted entiende que estamos haciendo una reconstrucción de los hechos?-
-si-
Paso un tiempo largo, el tiempo suficiente para que el café se evaporara en la cafetera y los residuos quedaran calcinados en el fondo de la misma.
Cuando el olor a café quemado me trajo a la realidad, se habían ido.
Solo entonces, me repetí a mi misma: eran las ocho menos cuarto, tu traías la toalla colgada en el cuello, te sentaste en la mesa, yo vestía solo una camiseta y te bailaba la música de Fairuz, tu reías y me mirabas mientras le dabas sorbos al te con leche y cardamomo que te acababa de preparar, compartimos pan y queso además de unas aceitunas negras. Tú untaste un poco del aceite de oliva en mis labios y me diste un beso, yo puse un trozo de queso entre tus dientes y te fui robando minúsculos pedazos, la mesa entonces nos quedo pequeña.
A mí siempre me gusto lo salado de tus orejas y el ligero olor a azufre que despedía tu cuerpo cuando sudaba. Yo acostumbraba vestirme con tus olores y que ellos me acompañaran por el resto del día.
Ese mediodía te espere sentada en la mesa, recalenté el arroz con piñones y el cordero asado, -una vez, o dos, ahora ya no lo recuerdo- deambulé por las habitaciones de la casa mientras aguardaba tu llegada. Vencí entonces los miedos y los presentimientos, vague por las calles del viejo mercado en tú búsqueda, el café donde solías jugar domino y en la taberna que prostituye niñas vietnamitas.
Esa noche siguiendo tus instrucciones cerré las persianas de la casa, cubrí de negro los espejos de la casa y coloque todas tus pertenencias en el hueco que hay en las escaleras.
Tú el encantador de serpientes, el bebedor incansable de te, el recitador de versículos, te perdías en las horas altas del mediodía de mi vida.
Ahora han pasado ya las cuarenta y ocho horas requeridas, yo tomare las primeras horas de esa mañana y las resguardare por siempre, al igual que el olor que tu cuerpo dejo. Atrás dejare tus palabras en la mesa y el último comentario que me dijiste al cruzar el marco de la puerta, en el olvido se quedara el estallido, los gritos y la confusión, eso es todo lo que recuerdo.


Beatrix

viernes, diciembre 03, 2004

Ya nos volveremos a ver

Y se llego el día. Me llegaron rumores de que si deseaba asegurar mi lugar en las clases de cocina tendría que madrugar, despertarme antes que nadie o por lo menos con uno que otro gallo y dirigirme a la escuela. Me reí, pensé además que cuantas personas podrían tener ese loco y desenfrenado amor por la cocina que en plena madrugada y con una seria amenaza de helada, esperarían pacientemente por cinco horas para poder inscribirse en los deseados treinta espacios de la clase de repostería.
Una noche antes decidí ser coherente y me fui a la cama temprano, la alarma sonaría a las tres de la mañana, después recapacito y me digo que es una locura, esto pareciera el viaje sin retorno a la felicidad, así que me otorgo una media hora mas de sueño y me dispongo a dormir. A las tres treinta suena mi alarma, brinco de mi tibia cama y me doy una ducha rápida, procuro seguir las recomendaciones del climatólogo y me abrigo bien. Una vez en el carro rumbo a la escuela me detengo por un café.
-Es bonito manejar a esta hora por la ciudad- me consuelo rumbo a mi destino, al llegar a la escuela me sorprendo al ver varios carros estacionados…me alarmo un poquito, me estaciono y me dirijo al edificio, doblo la esquina y -¡ah caray!-
Pues no, no soy la única, somos muchos por lo menos una treintena, me entra un momento de pánico, me recrimino esa media hora de sueño y le doy un trago al café, que por cierto ya esta frió. Observo a mi rededor, esta gente si sabe a lo que viene, cobertores, edredones, almohadas, sillas plegables, carpas de campaña, los miro a todos con desprecio y practico el vocablo mas practico dentro del arte culinario que uno debe conocer en francés: -MERDE-
Tengo frió, mis piernas están entumecidas y mis manos heladas, aquí hay grupos de viejos camaradas, cómplices de parrandas y de cocina, yo no entro en esa categoría, nadie de los aquí presentes son rostros familiares para mi. Cuatro y cinco llega un valiente mas, pero este a diferencia de los demás es mucho mas grande, debe andar por los cincuenta, y mas precavido que yo el trae un termo para su café. Iniciamos una conversación al más burdo estilo de los canes, ósea nos movimos la cola, presentamos nuestras credenciales, esas que indican quien eres y a donde perteneces, las que dejan claro como te ha tratado la vida. Al final ambos entendimos que podíamos pertenecer a la misma manada.
Hacia tiempo que no veía amanecer, los primeros rayos del sol me encontraron hablando de recetas queridas, errores garrafales, chef admirados y cocina internacional.
No me equivoque con mi compañero de línea, sus cincuenta y cinco años los a repartido entre su familia y la cocina, egresado de uno de los mejores institutos de arte culinario, me pregunto que diablos hace aquí, pasando estos fríos como “un apprenti”cualquiera.
Lo lee en mi mente, -uno tiene que estar aprendiendo constantemente, nuevas técnicas, formas, productos, hay que salir de la cocina y ser estudiante todo el tiempo-.
Entro otras cosas, su interés por esta clase es la rara oportunidad de tomar un semestre la clase que imparte el joven chef del que hable meses atrás. Me explica que esta considerado entro los cinco mejores del país, es una oportunidad única. Lose, el semestre pasado me quede con ganas de asistir a su clase y no me fue posible, pero este año lo conseguiré aun cuando tenga que morder a alguien.
La mañana pasa rápido hemos logrado avanzar y en la línea ocupo el numero treinta y tres…pienso en los treinta únicos lugares, me consuelo pensando que no todos tienen que ir a esa clase. Cuando por fin llego frente a la señorita que toma los datos, me pregunta -¿Qué clase?- con miedo le digo:
-repostería avanzada- de un fólder saca un fajo de etiquetas engomadas, la observo buscar el nombre de la clase, estoy nerviosa, recorre el fajo de etiquetas y nada, me inquieto, ella vuelve a recorrer con la mirada el fajo de etiquetas y por fin la encuentra. ¡Es la ultima! En cámara lenta la veo desprender el engomado y colocarlo en la hoja con mis datos, ¡el lugar numero treinta es mío! Quiero gritar como una loca y saltar del gusto, debo estar irradiando luz que cuando volteo hacia atrás veo a mi compañero de desvelada, él se alegra y me dice: -felicidades, es una rara oportunidad aprovéchala, ¿como me dijiste que te llamas? –Beatrix-
Ah! Es verdad Beatrix, mucho gusto ya nos volveremos a ver, eso espero, pero ojala que sea en la cocina…
De regreso a mi carro encuentro una hoja en el parabrisas, nada menos que la receta para elaborar los maamoul, estaban dando las seis de la mañana cuando le dije lo mucho que deseaba tener la receta de los ancestrales bocadillos libaneses rellenos de datil y nuez. Con letra clara y una descripción impecable me regalaba la tan adorada receta. Doble la hoja y mire a todos lados del estacionamiento, pero el apprenti ya no estaba. Creo que tiene razón, ya nos volveremos a ver…


Beatrix