viernes, septiembre 17, 2004

Daneses

¿Por que será que en el fondo los seres humanos somos individuos urgidos de aprobación y reconocimiento? No lo se, solo se, que cuando el asistente del chef me extendió mi examen y vi la calificación, algo en mi cambio, una aura de dulces caramelos y cristalinas azucares me rodearon y me eleve por unos minutos en esponjosas nubes de turrón. Recuerdo que cuando era niña, no fui un estudiante brillante, por el contrario, me distraía con facilidad y mi cabeza estaba en todos lados menos en la pizarra, algo distinto ocurre ahora, el tema me interesa y el chef tiene una manera de decir las cosas que uno entra en transe. Supongo que por eso mi cabeza retiene con mayor facilidad las mezclas exactas de la mantequilla y el huevo en un panecillo danés, que la formula del uranio o el nombre de los que firmaron la constitución. El chef B. es un hombre de pequeña estatura y menudo cuerpecillo, tiene la cabeza redonda y pequeña, el gorro alto, que como él bien dice se gano a pulso, lo usa con orgullo y se podría decir que con la gracia de un monarca. Lo observo desde mi mesa de trabajo, lo primero que noto es el bigote engomado y torcido en la puntas, como en el auto retrato de Goya, o como los cuernos de un escarabajo. Tiene la piel rosa. Rosa, así es, no hay un punto mejor para describir el tono de su piel me recuerda a ese polvo de arroz japonés que la geishas se ponen en la cara. Tiene las manos muy pequeñas y las mueve con soltura, suele sonreír al final de cada frase torciendo los ojos hacia el lado derecho. El chef B. es un hombre de la escuela antigua, no nos permite batir las mezclas en maquina sin antes intentarlo a mano, la bascula eléctrica esta limitada a medidas muy exactas, así que hay que aprender a poner los aros de metal en la antigua bascula, a mi eso no me asusta en las tiendas de mi padre acostumbrábamos tener ese tipo de basculas así que las se usar. Esta noche el chef B. me pido que usara el rodillo francés y que extendiera la masa reposada y previamente doblada, las piernas me temblaban al tenerlo tan cerca, examinando mis movimientos, me dijo: quiero esta masa de un cuarto de pulgada de alto y en forma de rectángulo. Agarre el rodillo francés y lo inserte en la masa dejando caer el peso de mi cuerpo para después hacerlo rodar, él me detuvo con suavidad y me dijo: no puedes poner tanta fuerza por que harás que la mantequilla salga y tu no quieres que eso pase, nunca demasiada presión que haga que la mantequilla asome. Primero acerca la masa hacia ti, pon el rodillo en el centro y estira hacia fuera cuidando de no poner mucha fuerza, vuelve al centro y estira la masa hacia ti y así sucesivamente. Me puse muy nerviosa, mis movimientos me delataban, de seguro él lo noto que me dijo: siente el rodillo, pero sobre todo siente lo que te esta diciendo la masa, observa sus cambios, mírala transformarse, siente su temperatura, sobre todo eso, no dejes que se enfrié, porque tendrás que ponerla de nuevo en el refrigerador, observa la fuerza de tus brazos y modula los movimientos, así es, eso esta mejor. Y con esa frase se alejaba de mi mesa de trabajo no sin antes regalarme una sonrisa. La fascinación que ese hombrecillo me despierta resulto en el asomo indebido de la mantequilla, y la falta de humedad en la masa, así que desde la mesa de trabajo numero cinco me dijo (sin alzar la voz) – ponla en el congelador y lo intentaras de nuevo la próxima semana-
Una semana más. Una semana más para usar la pasta de almendras y el barniz de melocotón, una semana mas para deleitarme con el dulce olor del pan recién horneado, una semana más para aceptar que en la cocina no siempre se trabaja con los tiempos de uno sino con el tiempo de lo que tratamos de crear. Acepte con pesar la orden, me gusta llegar a casa y dar a probar a Dunia algo de lo que hice, además ella lo espera, fiel como es, aguarda a un lado de la puerta hasta que yo llego y salta como un caballito al sillón y del sillón al suelo sin parar, antes de salir de la casa le dije: Dunia, esta noche haré daneses, de verdad, no como los del supermercado, esta noche los probaras por primera vez y con esa promesa la deje. Si esto fuera un cuento de final feliz, el capitán del equipo cinco notaria mi tristeza y mi derrota y, ¡ah! Claro leería mi mente y se aprontaría a ofrecerme uno de sus panecillos, pero este no es un cuento rosa y el capitán del equipo cinco ya guardo sus brillantes tesoros. Dunia también tendrá que aprender a esperar una semana más.

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