viernes, octubre 29, 2004

Aprendiz de Chef

Esperabas mucho de mí. Aquella tarde mientras te observaba consumido por los recuerdos y atormentado por las ausencias, te dije, te explique y finalmente te advertí, que yo era un aprendiz de chef. Tú me dejaste esa tarde con el olor fermentado del alcohol y el tabaco en mi pelo. Y la misión de restaurar, de armar cual si fuera un rompecabezas de minúsculas piezas, los sabores perdidos, los aromas extraviados, las texturas anheladas por años de vagar y recorrer caminos que nunca te llevan al punto al que tú deseas retornar. Tú esperabas de mí, la ultima parada, yo esperaba de ti, la aprobación.
¿Sabes por que no creo en los recetarios? Porque nunca son asertivos, cuando tú crees que haz seguido al pie de la letra las medidas, los pesos, los ingredientes, alguien olvido decirte que era importante agregar un puñito más de pimienta, o tal vez dejar cocer a fuego lento los últimos veinte minutos para lograr la consistencia precisa. El papel donde plasmamos la receta, jamás, oyelo y entiéndelo bien, nunca revive el momento, yo no recreo la sonrisa congelada mientras se muelen las papas, yo no imito el ritmo del brazo al menear la sopa en la estufa, yo desconozco las canciones que salían de la cocina y cubrían las paredes de tu casa, en el tiempo en que eras un niño.
–Debí llegar a tiempo mucho antes de que incorporaras la carne al cocido, mucho antes de que cortaras la cebolla, por lo menos cuando freías la páprika-.
Yo cerré los ojos para dejarme embriagar del olor rancio del tabaco barato que de seguro te acababas de fumar y solo acerté a tomarte la mano temblorosa. La lleve a mi cintura y después te di a probar una cucharada, cerraste los ojos, me acerque a ti y te di un beso largo, húmedo en los labios.
Llovía. Fuera y dentro de mi cocina, tú seguías aferrado a mi cintura mientras yo te alimentaba en la boca de ese tibio cocido. Yo tenia deseos de armar un poco el rompecabezas, deseaba verme en el abismo que quedo en tus ojos, escuchar el sonido de tú voz antes de que las paredes de tu casa volaran en mil pedazos junto con el cuerpo de tú madre, quería sentir tus manos sin el permanente temblor tomarme por sorpresa, oír el sonido de tú risa mientras sostienes un cigarro a medio consumir en los labios.
Antes de partir atinaste a darme un beso en las manos, me repetiste que te hubiera gustado llegar a tiempo a nuestra cita, después, te ví tomar la chamarra y partir. Te observe por la ventana alejarte con el cabello recogido por un lazo apenas húmedo por la llovizna que caía. Con el amargo sabor que dejan tus labios me di cuenta que había piezas de ti que quedaron enterradas, sepultadas en aquel invierno en Praga, que no importaba cuanto empeño pusieras en llegar a tiempo a las citas futuras, hubo una, hace doce años a la que ambos llegamos tarde.


Beatrix

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