viernes, noviembre 19, 2004

Con Beirut en el corazon

El fin de semana Dunia y yo te regalamos de sorpresa una charola de hojas de parra. Dunia te veía devorar esos extraños paquetitos verdes rellenos de arroz egipcio, especies, piñones y cordero con un acento de limón asombrada y antojada a la vez.
Hace cuatro años cuando me tope contigo era el tiempo de las mandarinas y de tardes calidas que tanto escasean por acá. Supe al verte que pasaríamos el resto de nuestras vidas compartiendo el mismo techo.
Cuando entendimos que le estábamos dando largas a lo inevitable nos mudamos a compartir la vida y las deudas; la primera noche me entregaste con plena fe la tarjeta del banco y las llaves. Me tomo un mes ganarme la confianza tuya y cuando así fue, me entregaste el recetario de familia, después de ese gesto, entre tu y yo todo estaba dicho o como reza el dicho popular este arroz ya se coció.
Déjame decirte que yo aprendí a amar la cocina con la que tú creciste mucho antes de conocerte, antes de que nuestro futuro pintara paisajes juntos. A mi me educaron el paladar justo para compartir la vida contigo, mi madre que entre muchas cosas es una visionaria inculco en mi el profundo amor que ella siempre tuvo por Beirut.
Fue ese amor callado de mi madre el que me dio a probar por primera vez un plato de hummus, un poco de pan árabe, las hojas de parra, el tabule y el jocoque seco. Fue ese incomprendido amor de mi madre el que me preparo pacientemente para tú llegada. El primer aniversario que cumplimos decidimos celebrarlo con la compra de un cachorro, a ti lo perros nunca te gustaron, yo crecí amándolos y necesitándolos, me tomo un año convencerte de cuanta falta nos hacia un cachorro en la casa para poner desorden en nuestras vidas, así que el día de nuestro aniversario fuimos a la tienda de cachorros, yo te dije: -este es el único amor incondicional que puedes comprar-. Dunia nos esperaba echada en una esquina de la jaula que la alojaba, tenia el pelo color sal y pimienta y las orejas recortadas, lo de ustedes dos fue amor a primera vista, aproveche tu derretimiento para solicitar que nos dejaran ver al cachorro. Te cabía en la mano, su tibio cuerpecito olía a orines y aun tenia el aliento de bebe que tanto me gusta. Después de jugar un rato con ella, me miraste y me imploraste que la lleváramos a casa, y a casa se fue. La nombramos Dunia como una prima tuya y haciendo referencia a la vida que compartiríamos de ahora en adelante.
Ahora ella es mi fiel compañera en la cocina, al igual que a mi le brillan los ojos al poner una pata en la cocina y no hay ruido que la llene de mayor felicidad que el sonido que hace la puerta del refrigerador al abrirse.
El fin de semana cuando me vio abrir el atesorado recetario supo que ese día se cocinaría algo especial, algo que no se hace todos los días, nada le dio mas placer que el olor del cordero crudo reposado en comino y ajo, nada la altero mas que el tibio olor de los piñones tostados en la sartén, y nada hasta ahora se puede comparar al sabor de una hoja de parra recién cocida.
Antes de abandonar la mesa me besaste las manos y en la lengua de tus abuelos me diste las gracias, Dunia te siguió hasta la habitación y me quede a solas en la cocina con los olores un tibios en el ambiente, guarde con cariño el recetario y me fui a la sala a leer la poesía de Jaime Sabines, como veras, mi amor por lo tuyo va mas allá, o viene de mas allá.

Beatrix

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