viernes, julio 22, 2005

Calli

Despierto a tu lado, junto a ti. Las primeras horas me ofrendan el pausado ritmo que tiene tu respiración. Hemos dormido por varias horas, afuera el ruido de la ciudad araña las paredes y teje una tela pegajosa en el marco de las ventanas.
Hay una urgencia por tocarte, por irrumpir en la quietud de tus muslos y recorrer la tenue línea que se forma en tus ingles. Subir el firme camino que conduce a tu pecho, morder las dos avellanas de pequeñas puntas y pasearme por el filo de tus hombros y finalmente hundir mi nariz en la mullida ala de cuervo que es tu pelo.
Abandono la cama con la finalidad de ir en busca de un café, pienso que contemplarte así, dormido, mientras bebo un poco de café, debe ser aun más sublime. Así que encamino mis pasos por el pasillo angosto, el techo es elevado y en el centro encuentro un traga luz nacido del vientre de una botella antigua, el pasillo se va haciendo mas estrecho y casi al final del mismo las rusticas paredes rozan mis caderas como dos enormes manos. Me gusta sentir el restregar y la fricción en mi, me complace traer conmigo pedazos minúsculos de la cal que se desprende al contacto con mi cuerpo, y antes de que el sol termine de instalarse en la parte mas alta del cielo, tu casa, tu calli, se va tatuando en mi.
He llegado al final del pasillo, esta es la parte mas estrecha y mis piernas y mis hombros rozan de manera dolorosas al contacto con ellas, estoy parada frente a tu cocina, voy a dar un paso dentro, me voy a adentrar en ella, en ti.
Y me escapo de los tentáculos de cal, me libero de los millones de ventosas y logro poner un pie dentro.
Y son tus brazos los que impiden que caiga y es tu sonrisa la que me da los buenos días, y yo te veo aturdida, ¿y me pregunto de donde saliste? Y tú no eres de palabras ni de muchas explicaciones y me ofreces una taza de aromático y amargo y dulce café. Y dejas que mi mente formule todas las preguntas que no tienen respuesta y te sonríes y das un trago más y una gota de rabioso café logra escapar de tus labios y cae vertiginosamente hasta estrellarse en la blanca manta de tu pantalón.
Y en mi se esta gestando el hambre, la hambruna que arrasa con todo de manera voraz y tu lo sabes y sonríes y me das el roce de tus labios en la punta de mi nariz y me acercas un banco pequeño de madera y me invitas a tomar asiento. Y la leña arde desde temprano en la estufa, y un comal aguarda pacientemente, y el primer crujir del aceite reclama impacientemente en la sartén. Tú tomas un pequeño huevo de codorniz y lo partes por la mitad y lo dejas caer en la sartén y le sigue otro y otro. De la mesa, tomas una pequeña canasta cubierta con un manto y lo descubres una vez que esta frente a mí y el asombro y la fascinación las puedes leer en mi rostro. Cuando descubro diminutos panes dulces de una belleza artesanal, una rica variedad de cochas, bollitos, rebanadas y espejos, yo tomo uno y me lo llevo a la boca y este deja rastro en la comisura de mis labios, y tu haz dejado rastro de tu andar por mi que son ya imborrables. Y yo te digo todo esto en el lenguaje de los ojos y tú te sonríes y me das una cuchara azul de peltre para que coma con ella y para que te coma con ella.
Finalmente me ofreces un hermoso plato con una guarnición de arroz blanco y encima haz colocado cuatro huevos estrellados de codorniz con la orilla dorada y una cucharada de fríjol negro refrito y queso fresco.
Y tú eres la calli en la que yo quiero vivir, y este es el tercer día en el que yo abre de subir al cielo.

Beatrix

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