viernes, julio 15, 2005

Ehecatl

El día amaneció a regañadientes, un banco de nubes chantilly me saludan a su paso y una parvada de flamingos plasmo efímeramente unas pinceladas de encendido carmín en el cielo.
Bajo mi puerta alguien ha deslizado una nota, camino hacia ella, la tomo, y regreso de nuevo al balcón.
Este sobre huele a ti, puedo sentir el calor de tus manos y la fragancia a tierra mojada que tienen tus dedos.
Eres tu, ¿quién más? Doblo el pedazo de papel y lo guardo entre mis senos para intoxicarme de tu aroma y para que me guíe hacia ti.
Afuera, el camino largo de adoquín me habla y me quiere susurrar tu nombre, atrás quedaron las enormes macetas de gardenias y los antiquísimos árboles de mango, paso frente a tu cocina, me detengo en el marco de la puerta, olfateo tu ausencia y sigo delante.
Un vientecillo ligero acaricia mi rostro y refresca mi cuello, unos pasos mas y el mismo viento va tomando un poco mas de fuerza y, esta vez un escalofrió recorre mi cuerpo y despierta mis modorros pezones.
Y cada vez estas mas cerca, descubro tu figura resguardándose de la humedad y tu sonrisa es un romper de olas.
-Te esperaba-
Dijiste, y yo quería decirte que, antes de que el cielo y la tierra se separaran yo también te esperaba, y que… Tu mano sello mis labios, pues eso y más sabias, me tomaste de la mano y caminamos por largo rato bajo la sombra generosa de los árboles sin decir palabra.
Nos detuvimos frente a una construcción milenaria, el tiempo había reclamado su parte de la edificación, así que solo le sobrevivía una escalinata y las paredes circulares donde debió descansar en los tiempos remotos un domo. Un bello patio central se encontraba rodeado de un plantío de hermosos árboles de cacao cargados de bayas, yo apreté tu mano y tú me miraste de reojo, estiraste un brazo y de un tirón suave desprendiste uno de los frutos. Te ayudaste con una navaja como la que usan los exploradores para abrirle el corazón. La pulpa asomo dejando ver la fina tela que resguárdese las codiciadas semillas de depredadores como nosotros, tu dedo índice goteaba el agraz liquido y me apuntaba.
Un viento levanto una cortina de hojarasca y un agudo y lejano silbido se dejo escuchar, tu te arrodillaste en la dirección al sol y oraste por unos minutos en la lengua cantada de tus antepasados.
El viento que nacía de tu boca formo un remolino que recorrió el sembradío de cacao, levanto a su paso una nube de polvo y hojas secas así como dos o tres escarabajos distraídos.
Y llovió cacao de las finas coronas de los cacaoteros, cuando todo volvió a la calma, te levantaste del suelo y recolectaste las maduras bayas, yo, parada cerca de ti, te observaba. Tus manos tienen la virtud de acelerar todos los procesos, después de despulpar las semillas nos adentramos en la edificación, allí te vi iniciar y precipitar el proceso de fermentación, después subimos por una estrecha escalinata al techo y esparciste las almendras de cacao para que el sol hiciera su trabajo. El calor del sol del mediodía coloreo de rojo la punta de mi nariz y mi frente, una gota de sudor camino el nacimiento de mi oreja y lamió mi cuello, tu limpiaste el sudor de tu frente con un paño amarillo mientras recogías las semillas secas. Hiciste un movimiento con la mano izquierda y está tomo vuelo y levanto el pesado costal de yute cargado de almendras de cacao que recayó en tu hombro, tu mano derecha busco la mía y descendimos dejando atrás al noble sol de mediodía.
-Ehecatl, te acaba de conceder la más fina cosecha de criollo para que bebas Xocolatl-
Y todo quedo dicho en el segundo día, el Dios de dioses había regresado del destierro para alimentarme con su bebida predilecta, para calmar mis pesares con el tibio brebaje, para despertar mi sentidos con su espuma y para vivir en el templo de mi paladar.
Llegamos a tu cocina y en una esquina encontré un metate nacido en el vientre de algún volcán, arrodillado frente a el, colocaste el primer puño de semillas e iniciaste el proceso de molido.
Y a esto me refiero cuando digo y pienso que tus manos hacen magia, una brillante pasta de profundo color se iba formando, sin parar por un minuto y sin mirarme me repetías la receta ya memorizada:
-de diez bayas sacamos un kilo de semillas, de ese kilo salen 400 gramos de semilla seca, después la tostamos y nos quedan 380 gramos de almendras de cacao y después de seleccionarlas, molerás aproximadamente 330 gramos y eso te debe dar 330 gramos de pasta de cacao. Por ultimo le agregas a la pasta 140 gramos de azúcar y el resultado final serán seis barritas de xocolatl-.
El numero cabalístico resonaba en mi cabeza, y me hizo pensar en la frase tantas veces taladrada: tanto amo Dios al hombre que le entrego su fruto único.
En la hermosa mesa de trabajo reposaban las seis barras de xocolatl, encendiste la leña en la estufa y pusiste a hervir un poco de agua, de uno de los anaqueles sacaste vainilla y un puñado de almendras molidas. Cuando el agua iniciaba el burbujeo, le incorporaste una de las barras y haciendo uso de un molinillo batiste sin parar hasta hacer brotar la espuma multicolor que tanto me gusta. Después de un interminable día, por fin me llamas para que me acerque a ti, mi corazón se atropella y encuentra chico el espacio de mi pecho, con otro gesto de tu mano me pides que le ponga un poco de vainilla a la mezcla y sigues batiendo con fuerza, de la bolsa izquierda de tu guayabera sacas unos aromáticos jazmines que sacrificamos en el hervor alto que ha alcanzado el xocolatl.
Y mis sentidos aguardan esta fiesta milenaria, mi boca, mi lengua y mi garganta quieren beber, tus ojos se encienden mientras viertes la aromática bebida en unos tarros de barro verde de Michoacán.
Das tú el primer trago y el nacimiento de un toro joven de afilados pitones amenaza con embestirme, tus manos me toman por la cintura y me elevan y me sientan en la fría superficie de la mesa de talavera. Un segundo trago y un viento sorpresivo Ehecatl, en este segundo día entra por la puerta principal y azota las ventanas. Un tercer trago y yo cierro los ojos mientras el tibio y espeso líquido se derrama en mí y entre sueños creo ver sentado en el marco de la ventana al dios mono pico de ave, señor del viento, la serpiente emplumada: Quetzalcoaltl.

Beatrix

1 comentario:

Anónimo dijo...

no, Ledesma, no. esto es poesía pura.me cae que no te mides... huelo el hervor de chocolate y jazmín con este cuento tuyo... qué delicia leer esto.

- marvin